Queridos Diocesanos:
Al celebrar un año más el día del Seminario me dirijo a todos vosotros, con el deseo de tomar conciencia de lo que significa tener abundantes sacerdotes o presbíteros en nuestra diócesis. Todos los bautizados están llamados a contribuir a la obra de la salvación. Sin embargo en la Iglesia hay algunas vocaciones, especialmente dedicadas a la prolongación visible y sacramental de Cristo por la ordenación sacerdotal.
En la situación actual en la que los jóvenes encuentran peculiarmente dificultades para seguir la llamada del Señor a la vida sacerdotal, es necesario incrementar una pastoral vocacional específica que mueva a los responsables de la pastoral juvenil a ser mediadores, audaces y valientes de la llamada del Señor. Sobre todo no hay que tener miedo a proponérselo a los jóvenes, acompañándoles después en el ámbito humano y espiritual, para que vayan discerniendo su opción vocacional. Las convocatorias arciprestales con los confirmandos han de ser momentos especiales para tener en cuenta esta dimensión vocacional. El seminario Menor es un ámbito privilegiado para crecer sanos, cultivar una vida cristiana propia con su edad, sus capacidades y poder decidir libremente su propio futuro vocacional. Las familias entenderán que siempre este Seminario Menor será una gran ayuda para sus hijos, incluso en el caso en que se descubra en un momento dado, que su vocación no es el sacerdocio. Contamos con la posibilidad de que algunos de estos adolescentes pudiera vivir interno, como los del Seminario Mayor.
Hay que seguir llamando en el nombre del Señor, hay que orar por los seminaristas que se preparan para el ministerio sacerdotal y por sus formadores. Hay que pedir por todos los sacerdotes el don de la perseverancia: que se mantengan fieles a la oración y cada día se identifiquen con los sentimientos y actitudes de Cristo, el Buen Pastor.
El sacerdote es grande porque es el hombre de Dios, ministro de Cristo y dispensador de sus misterios entre los hombres, celebra la Eucaristía, perdona los pecados y santifica el mundo y las almas. Al mismo tiempo el sacerdote es pequeño, porque él mismo está rodeado de miserias, debilidades y pecados. El sacerdote es el hombre para los hombres, el protector nato de los pobres y afligidos, el consejero, el abogado, amigo y maestro de todos.
En el momento presente contamos con seis seminaristas menores y tres seminaristas mayores. Hemos de cuidarlos e interesarnos toda la familia diocesana por ellos. Y esperamos muchos más con el lema bien conocido: Hacerlo todo como si dependiera de nosotros y esperarlo todo como si dependiera de Dios.
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